O autor é catedrático de Filosofia da Educação na Universidade Complutense de Madri e membro da Real Academia de Ciencias Morales y Politica da Espanha. Participou do seminário “Como atingir a formação integral da pessoa através da Educação”, promovido pelo Núcleo Fé e Cultura em 27 de setembro de 2001
Existe actualmente en todas las naciones un gran interés, incluso preocupación, por descubrir métodos adecuados a la formación integral de la juventud. Muchas Leyes de Educación recientes encomiendan a los profesores la doble tarea de informar y de formar, de suerte que cada profesor se ha de convertir en tutor, y enseñar a los jóvenes a ser personas cabales, virtuosas, capaces de pensar bien, razonar con coherencia, tener poder de discernimiento, ser auténticamente libres, tolerantes, constructores de paz... Este propósito es digno de toda loa, pues hoy día los jóvenes necesitan una formación muy sólida si quieren mantener el equilibrio espiritual y lograr la indispensable madurez personal. A diario son sometidos a un aluvión de incitaciones, explícitas o implícitas, a adoptar actitudes y modos de vida que conducen al bloqueo de la vida personal y, por tanto, a la desilusión, el tedio y la amargura. Es urgente ayudarles a discernir, entre tantas propuestas, cuáles les conducen a la edificación de su personalidad y cuáles les llevan al fracaso.
Necesidad de enseñar a pensar
Lamentablemente, la decisión de incrementar la formación de los jóvenes no suele ir unida con un conocimiento preciso de cómo ha de llevarse a cabo. Con frecuencia se considera que la meta de la enseñanza escolar consiste más bien en trasmitir contenidos que en formar el espíritu de los alumnos, de modo que sepan ahondar en el sentido profundo de los principales sentimientos y actitudes del hombre. Es posible que un profesor ofrezca a los alumnos diversos datos eruditos sobre el filósofo Miguel de Unamuno y les exponga los temas fundamentales de su pensamiento, pero ¿les explica la razón profunda por la cual confiesa en su Diario Íntimo que es un tremendo egoísta y nunca más estará alegre en su vida? La tristeza, la alegría y el egoísmo son aspectos de la vida humana que toda persona debe conocer a fondo si quiere orientarse cabalmente en su existencia. Pero tales aspectos están en relación mutua, y esta relación debemos conocerla con precisión a fin de saber prever. Si adopto una actitud egoísta, ¿qué me espera en la vida: alegría o tristeza? ¿Y por qué?
Algo semejante cabe decir de otras facetas de la vida humana. Sin duda, tienes una idea de lo que significa ser libre y asumir una norma como cauce del propio actuar. Ahora yo te pregunto cuántas clases hay de libertad y cuál de ellas se opone a toda sumisión a normas, y cuál no puede, en cambio, existir sin tal sumisión. ¿Sabrías explicármelo de forma profunda y bien articulada? En caso positivo, tienes luz para andar por la vida y orientar a otros. En caso negativo, vivirás en un constante conflicto: querrás, por ley natural, ser libre, y te opondrás a las normas, los preceptos y deberes que son el cauce que fecunda la marcha de tu auténtica libertad.
En un congreso de jóvenes, un torero afirmó que, si algún día se quedara inválido como su colega Limeño II, se quitaría también la vida. ¿Sabrías explicarle a este buen hombre que la creatividad humana no está limitada al ejercicio de una profesión, sino que puede desarrollarse en cauces muy diversos? ¿Te han enseñado a descubrir el valor que puede tener cada actividad humana, incluso la más aparentemente anodina, cuando responde a un impulso creativo? ¿Sabes con precisión lo que son los valores y lo que es la creatividad?
Los valores no se enseñan, se descubren
Hoy parece haber mucho empeño en “enseñar a los jóvenes creatividad y valores”. Pero se olvida que los valores no se enseñan, por la decisiva razón de que no se pueden aprender. Los valores hay que descubrirlos a través de ciertas experiencias. Y la tarea de los educadores es sugerir las experiencias al hilo de las cuales se alumbran los valores. El valor de las armonías musicales de Mozart no puedo enseñártelo mediante discursos, por elocuentes que sean. He de adentrarte en el área de irradiación de ese valor. Cada valor se difunde, se hace valer, muestra sus excelencias a quienes se acercan a él. Si quiero abrirte al encanto de ese valor musical, debo sugerirte dónde se halla, en qué realidades se revela de modo más patente y emotivo. Puedo hacerte oír, por ejemplo, la Obertura a la ópera Don Giovanni, y, a poca sensibilidad musical que tengas, sentirás en alguna medida la profunda vibración espiritual que producen esos acordes en re menor sobrecogedoramente dramáticos. Una vez realizado ese acercamiento al valor, éste hace el resto: te atrae hacia él, te invita a asumirlo activamente en tu vida.
Notemos que los valores más elevados no arrastran a quien entra en relación con ellos; se limitan a atraerle discretamente, porque ellos se ofrecen a nuestra libertad. Solicitan nuestra colaboración, nos piden que participemos en ellos, que los acojamos activamente para realizarlos en nuestra vida, pero no nos coaccionan. Por eso no debemos los educadores proponer los valores a los jóvenes de tal forma que les dé la impresión de que se los imponemos, porque con ello tergiversaríamos su genuino modo de ser, su intención más profunda, que es promocionar la calidad espiritual de las personas y, por tanto, su libertad.
Cómo llegar a ser creativos
De aquí se deriva que tampoco podemos enseñar a ser creativos. Podemos sugerir el modo de llegar a serlo, pero ésta es tarea propia de cada uno. Como educador, debo mostrarte la fecundidad de algunas de las posibilidades que nos ofrece el entorno. Esta fecundidad viene a ser su valor. Suponte que te hablo de un poema que desconoces; te lo recito, te indico su belleza, la expresividad de sus metáforas, la justeza de su lenguaje. Hace unos instantes, el poema te era desconocido, y por tanto distinto, distante, externo, extraño y ajeno. Pero acabas de acercarte a su área de irradiación y puedes sentir la atracción del valor que encierra. Haz esta experiencia: Apréndelo de memoria (la memoria es la gran auxiliar de la inteligencia), quédate a solas y recítalo con talante creador, como si estuvieras gestando en ese momento el poema. Utiliza ritmos distintos, fraséalo de una y otra manera hasta que notes que muestra toda su fuerza expresa, y sentirás interiormente que el poema se ha convertido en una especie de voz interior, se te ha hecho íntimo, porque es el impulso de tu actividad como declamador. Dejó de ser distante, externo, extraño y ajeno, sin dejar de ser distinto. Reflexiona entonces sobre el tipo de unidad que has adquirido con esa realidad hasta ahora desconocida. Te es más íntima que tu propia intimidad, porque no hay nada más intimo que aquello que constituye el sentido profundo de nuestro obrar. Cuando te percates, por propia experiencia, de que ciertas realidades distintas de nosotros, y en principio distantes y ajenas, pueden llegar a sernos íntimas sin dejar de ser distintas, comprenderás a fondo lo que son los valores y lo que es la creatividad. Esto sucede siempre que se realiza alguna experiencia, por sencilla que sea, de participación. Tú participas del poema, lo interiorizas, en cuanto asumes activamente las posibilidades expresivas que te ofrece. Ese asumir activamente unas posibilidades que permiten dar lugar a algo nuevo dotado de sentido es la definición de la creatividad.
La idea de creatividad está todavía demasiado vinculada en nuestros días, al modo romántico, con la genialidad. Los genios son creativos en grado elevado, pero la creatividad no está reservada en exclusiva a ellos. Toda persona, desde la infancia hasta la extrema senectud, puede y debe actuar creativamente en todos los momentos de la vida, no sólo en los privilegiados. Convencerse de esto significa revalorizar la vida cotidiana y liberarse de innecesarios complejos de inferioridad. Cuando un joven descubre que toda su existencia, por sencilla e incluso penosa que sea, es una fuente posible de creatividad, da un salto de gigante hacia la madurez personal y la felicidad.
Necesidad de tener una mentalidad creativa
Ese descubrimiento sólo es posible cuando se aprende el arte de pensar con el debido rigor. Es necesario aprenderlo porque actualmente se piensa de modo demasiado superficial y precipitado. Se utiliza un lenguaje inadecuado para expresar ciertos fenómenos humanos y con frecuencia se distorsiona el lenguaje para manipular a las gentes. Para legitimar la ley permisiva del aborto en ciertos casos, el ministro de Justicia de cierto país afirmó que “la mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo”. He aquí un ejemplo de pensamiento y lenguaje falsos y, por ello, perturbadores. Los verbos tener y disponer sólo son aplicables en rigor a objetos, y el cuerpo humano tiene, por fortuna, un rango muy superior a éstos.
Esa afirmación es gravemente injusta con la condición del cuerpo humano y de la persona entera. Tal injusticia sólo puede cometerse en una época configurada por una mentalidad posesiva, dominadora, manipuladora. He aquí un tema decisivo a la hora de precisar cómo ha de orientarse la tarea formativa de los jóvenes. Después de un largo trato con ellos, estoy convencido de que su formación no puede realizarse mediante el simple tratamiento de una serie de temas: la convivencia, la tolerancia, la libertad, la comunicación, la sociabilidad... Darles información sobre éstos y otros temas semejantes es necesario, pero previamente hay que ayudarles a modelar su mentalidad de forma adecuada a las exigencias de los mismos. Los jóvenes actuales se han desarrollado en una sociedad que ha heredado el ideal de la Edad Moderna: saber, para poder, para disfrutar. El saber que otorga más poder inmediato es el científico, y éste se dirige exclusivamente a la realidad cuantificable. Los aspectos de la realidad no cuantificables, no dominables con el lenguaje matemático y traducibles en poder técnico, suelen ser considerados como irreales.
El joven que no supere esta mentalidad dominadora y la cambie por una mentalidad respetuosa con la realidad, más afanosa de colaborar que de poseer, estará en buena medida incapacitado para comprender el sentido y la importancia de todas las realidades que componen el tejido de la vida ética y la religiosa. Será inútil intentar formarlo en ética y religión. Aprenderá una serie de ideas, dará cuenta de ellas en el examen, pero no se quedará entusiasmado interiormente con la riqueza inagotable de los valores éticos y religiosos, y no sabrá distinguirlos de otros muy inferiores. Carecerá, por tanto, de poder de discernimiento:: no sabrá prever a dónde le conducen los distintos procesos espirituales, no acertará a orientar su vida hacia el verdadero ideal de la misma.
Debemos comenzar la labor formativa con los niños
Lo antedicho nos lleva a pensar que la labor educadora profunda debe iniciarse ya con los niños. Si éstos van modelando su mente y su corazón conforme a ideales egoístas, centrados en torno al propio yo aislado, tendrán suma dificultad en comprender la inmensa riqueza que late en la vida humana cuando se la vive de modo abierto a los valores, a las demás personas, a la comunidad, a la vida artística, a la experiencia religiosa. Un niño que no sepa distinguir diversos niveles de realidad e ignore que cada uno nos plantea diversas exigencias y nos ofrece distintas posibilidades difícilmente podrá comprender la diferencia que media, por ejemplo, entre una caricia erótica y una caricia personal. En las experiencias puramente eróticas se atiende exclusivamente a la complacencia que produce la vibración sexual que provocan ciertos actos. Se deja de lado la creación de una amistad personal que lleve a la fundación de una vida en común, en la cual se fomente el amor mutuo y se dé vida a nuevos seres. La caricia erótica se mueve en el nivel posesivo; con frecuencia el que la realiza reduce a la otra persona a medio para los propios fines, por tanto a objeto, objeto privilegiado, pero objeto. De ahí que no pocas veces se pase de la efusividad erótica al odio personal. Ciertas películas son un amasijo de exaltación sexual y de violencia. Podría parecer extraño que se pase de la infinita ternura de lo primero a la extrema hosquedad de lo segundo. Pero no lo es, porque el erotismo, aunque parezca tierno, lleva en sí el germen de la violencia por ser fruto de un desgajamiento ilegítimo: desgaja la sexualidad - vista como medio al servicio de unos intereses egoístas, nada creativos - del conjunto del amor personal conyugal, que implica cuatro elementos: sexualidad, amistad, creación de un hogar, donación de nueva vida.
Es decisivo el descubrimiento del valor de la unidad
Una vez que el niño y el joven superan la mentalidad posesiva, modelada sobre la costumbre de usar meros objetos, comprenden por dentro lo justa que es la afirmación de los mejores biólogos actuales de que “el hombre es un ser de encuentro”, ser que no puede ser representado a modo de una circunferencia, polarizada en torno a un solo centro, sino a modo de una elipse, cuyo dinamismo interno se debe a la existencia de dos centros. Esto lleva al niño a pensar de modo relacional y a comprender que los frutos espléndidos del encuentro del hombre con las realidades de su entorno se deben al hecho de que el universo es un inmenso tejido de energías estructuradas, interrelacionadas, y todo él culmina en el ser humano, llamado también a vivir en unidad. Los modos de unidad en que ha de vivir el hombre no le vienen dados de antemano como al resto de los seres; debe él crearlos diariamente de modo lúcido y voluntario. Al hacerlo, se convierte en portavoz de todo el universo; da voz a las realidades que, por existir en relación, dan gloria al Creador pero no lo saben ni lo dicen. Al decirlo, el hombre alcanza su máxima dignidad y su más alto gozo, porque, como dijo bellamente el gran Bergson, “la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado”(1).
El descubrimiento de la unidad como ideal verdadero de la vida humana transforma el espíritu del hombre y le abre horizontes de pleno desarrollo y felicidad. Por no plantear adecuadamente la cuestión educativa, no pocos formadores quieren animar a niños y jóvenes a participar en ciertas actividades indicándoles que “lo pasarán bien”. Con ello les invitan a moverse en el nivel hedonista, cuya meta es disponer de medios para procurarse toda suerte de satisfacciones. Es justo lo contrario de lo que exige una auténtica labor formativa: elevar a los educandos a un nivel de creatividad, que es exigente pero acaba dándolo todo.
La formación para el amor exige una labor educativa previa
De lo antedicho se desprende que urge elaborar un método formativo que empiece poniendo las bases de todo el proceso de desarrollo de la personalidad humana, y vaya descubriendo luego, fase a fase, las leyes de dicho proceso. Para ello hay que ayudar a los niños y jóvenes a descubrir las posibilidades que encierra la propia realidad y las realidades del entorno, y la inmensa riqueza que se crea cuando ambos tipos de posibilidades se aúnan en las experiencias de encuentro. De esta forma, cobrarán una alta estima de las actitudes que facilitan el encuentro - generosidad, lealtad, veracidad, cordialidad, respeto... - y que llamamos virtudes.
Este tipo de educación sugestiva lleva a niños y jóvenes a conocer por dentro la realidad y a saber en todo momento de dónde vienen, a dónde quieren ir, qué actitudes y acciones tienen sentido y cuáles carecen de él y resulta absurdo realizarlas. De esa forma, se saben respetados en su libertad, asumen con gusto las riendas de su destino personal y consideran al educador como un guía dotado de autoridad y no como un superior investido de mando.
Esta orientación pedagógica resulta sumamente eficaz para la formación de los jóvenes en el amor conyugal. Suele decirse, con razón, que no basta educar la sexualidad; hay que educar para el amor. Pero tampoco esto es suficiente. Antes de hablar de la relación amorosa entre dos personas, hay que disponer el ánimo del joven para comprender de manera aquilatada qué significa ser persona, cuántos niveles de realidad integra, cuáles son las leyes de su desarrollo, por qué tiene que crear diversas formas de encuentro, cuándo descubre los valores, las virtudes y la creatividad... Al ahondar en estas cuestiones decisivas, mediante la realización de ejercicios prácticos, el joven comprende por su cuenta que las normas y preceptos que recibe de la moral cristiana no son sino las condiciones del encuentro y la vía para su pleno desarrollo como ser llamado a una convivencia valiosa. A la inversa, el desconocimiento de estos temas básicos provoca serios malentendidos en cuanto al sentido de las relaciones amorosas y bloquea a los jóvenes en el plano de los objetos, en el que por principio es imposible el ejercicio de la creatividad.
La primera medida que debemos tomar al iniciar la tarea de formar a los jóvenes para el amor conyugal es clarificar las bases de la vida personal y las condiciones de una auténtica libertad creativa. Sin esta medida previa, todas las enseñanzas que podamos impartir, por juiciosas y brillantes que sean, resultarán de hecho ineficaces, pues construirán sobre el terreno movedizo de las ocurrencias y opiniones infundadas.
Esa clarificación de la vida personal facilita a los niños y jóvenes numerosas claves de orientación para la vida. Tales claves es lo que ante todo debemos los educadores ofrecerles, a fin de incrementar su poder de discernimiento y su capacidad de orientarse debidamente en la vida, no consejos ni mandatos que los irritan y los alejan por temor a perder su libertad y autonomía.
Una clave de orientación muy fecunda para la formación en el amor es enseñarles a distinguir con precisión las experiencias de vértigo o fascinación y las de éxtasis o encuentro(2).
El proceso de éxtasis o de encuentro
Si adopto en la vida una actitud de generosidad y sencillez, reconozco de buen grado que no todas las realidades del entorno son meros objetos, seres que puedo dominar y reducir a medios para mis fines. Numerosas realidades presentan condición de “ámbitos”, pues son capaces de ofrecerme diversas posibilidades para actuar como persona y tienen cierto poder de iniciativa para invitarme a asumirlas. Sólo las asumo si respeto tales realidades en lo que son y estimo la oferta que me hacen. Este aprecio se traduce en una actitud de agradecimiento, visto como la voluntad de estar a la recíproca con dichos seres y ofrecerles las propias posibilidades.
Cuando me vea ante una realidad - por ejemplo, una persona - que me resulte atractiva por ofrecerme posibilidades fecundas, mi actitud agradecida me llevará a considerar dicha atracción como una invitación a colaborar con ella, intercambiando posibilidades de todo orden. Ese intercambio da lugar a una relación de encuentro.
Al encontrarme, siento alegría por partida doble, pues con ello perfecciono mi ser de persona y colaboro a enriquecer a quien se encuentra conmigo.
Si me encuentro con una realidad que me facilita grandes posibilidades de desarrollo personal, siento entusiasmo, un gozo desbordante que supone la medida colmada de la alegría. Entusiasmarse significó para los antiguos helenos estar absorto en lo divino, es decir, en lo perfecto. Dicho en lenguaje actual, el entusiasmo surge en nosotros cuando acogemos activamente unas posibilidades de juego creador tan valiosas que nos elevan, en uno u otro aspecto, a lo mejor de nosotros mismos. Si interpreto un coral de Bach para órgano, con su carga impresionante de calidad estética y hondura religiosa, desbordo entusiasmo, pues me veo impulsado a dar vida a un mundo perfecto en el que puedo participar íntimamente. Yo configuro el coral y el coral me configura a mí, en cuanto me insta a ajustarme creativamente a su ritmo y su armonía. Este tipo de experiencias reversibles me llevan a la plenitud de mi vida personal.
En la misma medida, suscitan en mi espíritu sentimientos de felicidad. La verdadera felicidad no surge merced al incremento de la posesión y el dominio de objetos o de ámbitos reducidos a meros objetos - nivel 1 -; se experimenta cuando uno alcanza la plenitud personal - nivel 2 -. Contemplo El Moisés de Miguel Ángel, oigo los Conciertos de Brandenburgo de Bach y siento que ha valido la pena vivir hasta ese momento para lograr tal cumbre. Ese ascenso hacia lo alto fue denominado por los griegos “éxtasis”. Literalmente, “ec-stasis” significa salir de sí, pero a lo largo de la historia, sobre todo a partir de Plotino (205-270), adquirió el sentido concreto de salir de sí para elevarse a lo perfecto.
En cuanto al desarrollo de la vida personal, lo perfecto viene dado por la vida de comunidad que el encuentro instaura. La persona crece y adquiere su verdadera configuración merced al encuentro, porque éste la vincula a otras personas con formas de unidad muy valiosas.
Al ver que he realizado plenamente mi vocación y mi misión como persona, siento paz interior, amparo, gozo festivo, es decir, júbilo. Toda fiesta procede de un encuentro, y, como éste, es fuente de luz. A la fiesta, la luz le viene de dentro. Por eso está rebosante de símbolos y supone un momento culminante en la vida de todos los pueblos.
Sobrevolemos el proceso de éxtasis. Se trata de un impulso hacia la madurez personal que en principio nos exige todo, nos promete todo y, al final, nos lo da todo. Nos pide generosidad, decisión para poner nuestras energías vitales al servicio de la creación de encuentros, a fin de promover nuestro desarrollo a una con el de otras personas y crear un clima de acogimiento festivo, que es garantía de plenitud y de dicha. El proceso de éxtasis incrementa nuestra capacidad creadora de toda suerte de encuentros, afina nuestra sensibilidad para los grandes valores y lleva nuestra personalidad a madurez.
Al renunciar a nuestra voluntad de poseer, nos parece tal vez que quedamos en vacío. Y esto es lo que sucede en cuanto a las apetencias propias del nivel 1: dominar y manejar objetos para ponerlos al propio servicio. Pero, si adoptamos la actitud propia del nivel 2, el de la creatividad y el encuentro, advertimos que nuestra existencia se llena de sentido justamente cuando nos entregamos al riesgo de ser generosos. Esa plenitud vital nos inspira un sano optimismo, pese a las dificultades y sinsabores que encierra la vida.
Este proceso extático podemos visualizarlo en una línea ascendente:
- 7. Felicidad (paz, amparo, júbilo)
- 6. Entusiasmo
- 5. Alegría, gozo
- 4. Encuentro
- 3. Colaboración
- 2. Respeto y estima
- 1. Generosidad
El proceso de vértigo o fascinación
Si adopto en la vida una actitud egoísta y voy a lo mío - como suele decirse -, al ver una realidad atractiva - supongamos, de nuevo, que es una persona - intentaré dominarla y convertirla en un medio para acumular sensaciones placenteras. Me muevo, con ello, en el nivel 1. No respeto a esa persona, no la trato como un ámbito de rango superior; la rebajo a condición de fuente de sensaciones placenteras. No la estimo en cuanto persona, con todo lo que implica; me apego a aquellas de sus cualidades que me reportan agrado y goce; me dejo fascinar - es decir, arrastrar - por ellas.
Ese apego fascinado a lo que enardece mis instintos me produce euforia, exaltación interior. Pero esta exaltación se convierte en decepción devastadora al darme cuenta de que no puedo encontrarme con esa realidad por haberla reducido a mero objeto de complacencia. Al no encontrarme con ella, bloqueo mi desarrollo personal, que se realiza a través del encuentro. Este bloqueo me produce tristeza, sentimiento que surge al advertir que me he alejado de mi meta y me estoy vaciando de mí mismo, de lo que me realiza como persona.
Cuando me empobrezco un día y otro, tal vacío llega a hacerse abismal, y, al asomarme a él, siento esa forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. Si soy incapaz de cambiar mi actitud egoísta y sigo sin poder crear relaciones de encuentro, la angustia da lugar a la desesperación, la conciencia amarga de que he cerrado todas las puertas hacia la realización de mí mismo. Veo claramente que estoy bordeando mi destrucción como persona, pero no puedo volver atrás. Pronto acabo sumido en una forma de soledad asfixiante, que me destruye como ser personal que debe crecer fundando vida de comunidad.
En síntesis. Al principio, el proceso de vértigo no nos exige nada, nos promete una conmovedora plenitud inmediata, pero al final nos lo quita todo: anula nuestra voluntad de encuentro, nos enceguece para los valores más elevados y amengua al máximo nuestra capacidad creadora(3).
El proceso fascinador de vértigo queda expresado en la siguiente línea descendente:
- 1. Egoísmo
- 2. Goce, euforia, exaltación superficial
- 3. Decepción
- 4. Tristeza
- 5. Angustia
- 6. Desesperación
- 7. Soledad asfixiante y destrucción
La confusión de los procesos de vértigo y éxtasis
1. Oposición de ambos procesos. Los procesos de vértigo y los de éxtasis son totalmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias.
- La actitud de la que parte el vértigo es la de egoísmo. La que inspira el éxtasis es la de generosidad.
- El proceso de vértigo, en su marcha destructiva, nos produce sucesivamente euforia, tristeza, angustia y desesperación. El proceso de éxtasis, al elevarnos a cotas cada vez más altas, suscita en nuestro ánimo sentimientos de alegría, entusiasmo y felicidad.
- La experiencia apasionada del vértigo provoca desazón en nuestro espíritu, en cuanto nos lanza a un tipo de actividad que no culmina en el encuentro sino en el desamparo de una soledad extrema. De ahí que no engendre propiamente dinamismo, sino simple agitación. El hombre entregado al frenesí del vértigo no hace sino girar sobre su propio eje, sin avanzar un palmo en su desarrollo personal.
La experiencia de éxtasis suscita en nuestro interior una fecunda in-quietud, una tensión sosegada hacia los modos perfectos de encuentro.
- El proceso de vértigo nos despoja de toda libertad creativa, pues nos despeña por una especie de plano inclinado que hace casi imposible detenerse y regresar al punto de partida. Teóricamente, el ser humano dispone de libertad para tomar las riendas de su conducta en cada momento; pero, cuando se entrega al vértigo, queda sujeto en buena medida a sus leyes implacables.
El proceso de éxtasis nos lleva a descubrir que nuestra meta en la vida es el ideal de la unidad. Al consagrar todas nuestras energías - las instintivas y las espirituales - al logro de este ideal, actuamos con libertad interior, libertad creadora de modos valiosos de unidad.
- En síntesis, el proceso de vértigo implica una serie de experiencias intensas pero negativas, pues nos producen euforia al principio y nos llevan finalmente a la destrucción. El proceso de éxtasis engarza diversas experiencias positivas, porque nos conducen al encuentro y culminan en la experiencia cumbre que supone el descubrimiento del ideal de la vida.
2. Causas que provocan la confusión de ambos procesos. Actualmente, se confunde a menudo éxtasis y vértigo de forma indeliberada, por desconocimiento del tema, o bien a propósito, por razones estratégicas que debemos delatar. Entre los motivos que inducen a identificar estas experiencias destacamos los siguientes:
- Las dos entrañan una salida de nosotros mismos. Ello explica que se hable tanto de “éxtasis místico” como de “éxtasis pasional”. Visto con rigor, el llamado éxtasis pasional es un tipo de vértigo, pues nos halaga con el hechizo de una aventura excitante para sumirnos al final en una situación de extremo desamparo. El éxtasis místico es una forma de éxtasis auténtico, pues nos libera del apego a las actitudes egoístas propias del nivel 1 y nos lleva a realizar - con las actitudes creativas del nivel 2 - modos de encuentro valiosísimos que engendran felicidad.
- En la descripción de estos procesos movilizamos términos que pueden parecer sinónimos o, al menos, muy semejantes si no se penetra en su sentido. Decimos que el vértigo arrastra y el éxtasis atrae; el vértigo provoca una entrega eufórica, desmadrada, y el éxtasis suscita una entrega entusiasta; el vértigo seduce y el éxtasis enamora; el vértigo fascina y el éxtasis sobrecoge... Para descubrir la diferente significación de los términos subrayados, debemos considerar que la experiencia de vértigo se realiza en el nivel 1. No nos presenta una realidad que se haga valer ante nuestra inteligencia y persuada a nuestra voluntad a dejarse enamorar por el atractivo de las posibilidades creativas que nos ofrece - nivel 2 -. Se limita a fascinar o seducir nuestra voluntad, es decir, a arrastrarla mediante una forma fácil de halago, que al principio nos pone eufóricos pero luego nos vacía y nos aleja del entusiasmo y la felicidad.
3. Finalidad perseguida con la confusión de vértigo y éxtasis. Si confundo las experiencias de éxtasis y las de vértigo, proyecto sobre éstas el inmenso prestigio que han adquirido aquéllas desde antiguo tanto en el campo filosófico y teológico como en el artístico y amoroso. Este falso prestigio nos lleva a pensar que, al entregarnos a la fascinación de un vértigo, nos elevamos a lo mejor de nosotros mismos. Al vivir la exaltación eufórica del vértigo, la confundimos fácilmente con la exultación jubilosa del éxtasis y nos hacemos la ilusión de que estamos viviendo una “experiencia cumbre”. Nos dejamos fascinar por una acción que encandila los instintos; sentimos en nuestro ser una especie de fuerza de gravitación que nos arrastra como un torbellino pasional, y creemos estar logrando una personalidad desbordante de energía.
El gran escritor Fedor Dostoyevski expresó de forma inolvidable, en El jugador, su propia experiencia del poder de arrastre que posee el vértigo. Tras señalar que una anciana rusa había perdido a la ruleta todos sus ahorros, comenta con decisión: “No podía ser de otro modo: cuando una persona así se aventura una vez por ese camino, es igual que si se deslizara en trineo desde lo alto de una montaña cubierta de nieve: va cada vez más de prisa”(4). En la experiencia de vértigo, nuestra libertad individual es anulada violentamente por una fuerza de gravitación que nos catapulta al vacío. Al ser arrebatados por esa energía aniquiladora, podemos tener en principio una sensación de poderío y libertad sin fronteras, pero se trata de una ilusión siniestra. No tenemos el menor poder; somos arrastrados hacia un estado de absoluto desvalimiento. No alcanzamos la suprema libertad; vivimos la experiencia límite de la caída en el vacío.
Si vértigo y éxtasis se confunden, no tenemos dificultad en conceder primacía a las experiencias de vértigo, porque halagan nuestros instintos y nos prometen una fácil realización personal. Cuando nos demos cuenta de que es una promesa falaz, será tal vez demasiado tarde pues habremos caído ya por el tobogán del vértigo y no podremos iniciar una vida creadora de ámbitos. El que se entrega, ilusionado, a cualquier tipo de vértigo lamenta al final haber sido un iluso al confundir la libertad de maniobra - que opera en el nivel 1 - con la libertad creativa - propia del nivel 2 - y haber utilizado la primera para destruir la segunda.
Al amenguar nuestra libertad creativa, decrece nuestra decisión de optar en todo momento por el ideal de la unidad y crear entre nosotros formas de vida bien estructuradas. Esta pérdida de cohesión nos masifica y nos vuelve fácilmente dominables. Ahora vemos con claridad que el manipulador nos halaga para seducirnos y dominarnos, no para incrementar nuestra verdadera felicidad. Hacernos cargo de esto a tiempo puede volvernos precavidos frente a falsos liderazgos que no intentan sino empobrecernos espiritualmente - amenguando nuestra capacidad de unirnos a las realidades del entorno - y someternos a los propios intereses sin apenas oposición.
4. Antídoto contra la confusión de vértigo y éxtasis. Si queremos conservar la libertad creativa en un entorno manipulador - que tergiversa el lenguaje para anular nuestra creatividad -, hemos de tomar las medidas siguientes:
- Conocer en pormenor los recursos de la manipulación. Por sistema, el manipulador no matiza los conceptos, con el fin de utilizarlos en cada momento de forma arbitraria según sus intereses. Habla, por ejemplo, de libertad sin precisar de qué tipo concreto de libertad se trata. Con ello consigue que, al exaltar la libertad, personas poco avisadas estimen que se refiere a la libertad creativa, que es la auténtica, cuando en realidad está pensando en la libertad de maniobra, que es mera condición para poner aquélla en juego. Al incitarnos a ser libres, desvinculándonos de toda norma, el manipulador se mueve en el nivel 1, el del dominio y la autosuficiencia, en el que no es posible la libertad creativa -nivel 2-.. Pero no lo manifiesta, a fin de que consideremos las normas como opuestas a la libertad y perdamos nuestra capacidad creadora, tornándonos fácilmente vulnerables.
- Pensar con rigor. Con un hacha de leñador puede abatirse un árbol en el bosque, pero es imposible arreglar un reloj. Esto exige instrumentos más finos. De modo análogo, la vida humana presenta una contextura tan delicada y compleja que sólo puede ser analizada de modo preciso con un estilo de pensar sumamente aquilatado. A ello se debe que hayamos puesto tanto empeño desde el comienzo de esta obra en distinguir modos o niveles de realidad (objetos y ámbitos...), y adaptar nuestro lenguaje y nuestras actitudes a las exigencias de cada uno de ellos.
- Vivir creativamente. Al hacer una experiencia, vemos con claridad el sentido de los términos y conceptos que la describen. Te entregas un día, siquiera levemente, al vértigo de la embriaguez y sientes la euforia que produce el alcohol. En otro momento te inmerges en el Orfeo de Monteverdi y sientes el entusiasmo que produce llegar a una cumbre artística. No podrá nadie, por astuto que sea, convencerte de que el entusiasmo se confunde con la euforia. Tu misma experiencia te da luz sobrada para matizar debidamente esos conceptos decisivos.
Una persona poco creativa y escasamente formada es presa fácil de los diversos tipos de manipulación. Para formarla intelectualmente y fomentar su capacidad creativa no hay vía más rápida y sencilla que ayudarle a vivir el proceso de su desarrollo como persona y descubrir cada una de sus fases: el encuentro, los valores, las virtudes, el ideal, la libertad creativa, el sentido de la vida...
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