O autor é catedrático de Filosofia da Educação na Universidade Complutense de Madri e membro da Real Academia de Ciencias Morales y Politica da Espanha. Participou do seminário “Como atingir a formação integral da pessoa através da Educação”, promovido pelo Núcleo Fé e Cultura em 27 de setembro de 2001
Situación de desconcierto intelectual y espiritual
El gran humanista y científico Albert Einstein nos hizo esta grave admonición: ”La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo excepto nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual”. Quiero preguntarme hoy ante ustedes cuál es la forma de pensar que hubiéramos debido cambiar para no correr tamaño riesgo.
Ese estilo de pensar, sentir y querer, esa idea de la vida y esa mentalidad que nos está exponiendo a una catástrofe es, sin duda alguna, el ideal de la Edad Moderna, que podemos formular así: “Más ciencia, más técnica, más dominio de la realidad, más bienestar y, consiguientemente, más felicidad”. Este ideal centrado en un tipo de conocimiento dominador y utilitarista reportó inmensos éxitos a la humanidad, pero al final provocó dos hecatombes mundiales.
Tras el primer conflicto (1914-1918) surgió un clamor en toda Europa pidiendo un cambio de ideal. Decenas de pensadores eminentes - los fenomenólogos, los existenciales, los dialógicos... - nos legaron en sus densas y numerosas obras un mensaje esencial: “Urge dar un giro espiritual y sustituir el ideal del dominio por el ideal de la solidaridad, el ideal de la prepotencia por el ideal del servicio”.
Este cambio fue llevado a cabo por personas y grupos particulares, pero no llegó a vertebrar la vida de la sociedad y sobrevino la segunda guerra mundial (1939-1945). En la posguerra se produjo otro clamor a favor de un nuevo ideal, pero tampoco esta solicitud obtuvo el debido eco. La sociedad occidental se encuentra desde entonces en la situación ambigua y menesterosa de quien ha perdido el ideal antiguo y no logra sustituirlo por otro más adecuado a la realidad de personas y comunidades. Hoy no podemos ilusionarnos con un ideal que hizo quiebra trágicamente en dos conflictos mundiales, pero todavía no hemos optamos por un ideal nuevo que sea realmente fiable y suscite nuestra adhesión incondicional. Vivimos sin un ideal propio. ¿Saben ustedes a quién se asemeja una sociedad sin ideal? A un velero que navega sin timón por un océano tormentoso.
Hacia 1927, Romano Guardini, un lúcido hombre de frontera, creyó ver en el horizonte la llegada de un hombre nuevo, que ama la ciencia y la hace más humana, cultiva la técnica y la vive de forma más espiritual(1). Por esa época, Europa ardía en ansias de generar un hombre nuevo, una nueva forma de pensar y de vivir, una época nueva, verdaderamente post-moderna. Ese afán inspiró numerosos libros, con títulos bien significativos: El hombre nuevo, El pensamiento nuevo, La nueva época, El mundo desde una nueva perspectiva...(2)
Meta a conseguir en los cursos de religión
Comencemos poniendo ante la vista lo que deseamos conseguir de los alumnos en una clase de religión:
- Que conozcan las leyes del desarrollo humano cabal y sepan qué función ejercen en la vida humana la mentira y la veracidad, el egoísmo y la generosidad, el lenguaje y el silencio, el encuentro y el ideal de la unidad...
- Que tengan poder de discernimiento y sepan hacer frente con gallardía a una objeción y dar razón de su conducta moral y religiosa sin dejarse manipular. En una discusión, por ejemplo, sobre el amor y la fidelidad conyugal ¿se advierte en las personas que han hecho cursos de religión que saben plantear el problema debidamente y dar unas claves lúcidas de orientación? Quienes han cursado sus estudios en un centro religioso debieran tener un sello especial.
- Que conozcan el valor del lenguaje, lo que significa proclamar la palabra, cómo se complementan la palabra y el silencio auténticos, qué significa que los seres humanos tengamos el don de la palabra, o - dicho con más rigor - seamos locuentes. De este modo sabrán penetrar en el sentido de la palabra de la Escritura, como palabra de vida.
- Que profundicen en los símbolos y en el sentido de los gestos simbólicos: partir el pan, ofrecer el vino, dar la paz, pedir perdón, suplicar... Ello exige dominar el arte de pensar de modo relacional - no relativista.
Necesidad de cambiar la actitud ante la vida
Nuestra primera tarea es determinar qué método debe seguir el profesor de religión para formar de esta manera a los niños y los jóvenes de hoy. Ha de ser un método genético, que los lleve a ver por dentro la grandeza de lo que se les ofrece. No basta ”enseñarles” los contenidos de la clase de religión. Hay que ayudarles a que ellos los “descubran”.
El método genético es ineludible en la actualidad porque nos hallamos en un momento de desconcierto espiritual. Desde la primera guerra mundial, la sociedad occidental carece de un ideal claro hacia el que tender. Pensadores muy cualificados nos instan desde 1918 a cambiar el ideal del dominio, la posesión y el disfrute por un ideal del respeto, la unidad y el servicio.
Este cambio es difícil de asumir en una sociedad que tiende a dominar, a tratar las realidades personales como si fueran meros objetos, y, por tanto, a manipularlas, reducirlas de valor, tratar los temas humanos de modo superficial, hablar de temas trascendentes sin contar con la debida preparación (intrusismo).
De aquí se deriva que la primera tarea del educador debe ser ayudar a los niños y jóvenes a adoptar la actitud correspondiente a las realidades que son superiores a los objetos y no deben ser manipuladas, sino respetadas y valoradas conforme a su alto rango. Esta actitud de respeto, estima y colaboración vamos a denominarla “actitud de nivel 2”. La actitud de dominio, posesión y manejo será considerada como “actitud de nivel 1”.
Si los alumnos no adoptan la actitud propia del nivel 2, es vano hablarles de temas de estética, de ética y, sobre todo, de religión. La vida religiosa se basa en el encuentro auténtico, que es una forma de unión fecunda, basada en la colaboración generosa y el amor. El encuentro es un acontecimiento creativo, que se da obviamente en el nivel 2. Desde el nivel 1 no se puede captar lo que implica el encuentro, qué exigencias plantea, qué valor encierra, qué frutos reporta. Don Juan, el Burlador de Sevilla, se movió siempre en el nivel 1 y no conoció la riqueza del encuentro. Por eso bloqueó su desarrollo personal y destruyó su personalidad. Dicho en lenguaje religioso, muy propio de los tiempos de la Contrarreforma, “condenó su alma”.
Para elevarnos al nivel 2 debemos sentir asombro ante lo valioso
Para realizar esa tarea, el educador debe promover en niños y jóvenes la capacidad de admirar la grandeza de las realidades del nivel 2, sobre todo la persona humana, vista como fuente de iniciativa, de anhelos, deseos, capacidad de sacrificio, amor generoso, actividad creativa en experiencias estéticas, éticas y religiosas. La persona es un nudo de relaciones sumamente valiosas. Abarca, por ello, cierto campo; no está reducida a los límites de su cuerpo. Consiguientemente, sólo podemos captarla en todo su alcance si la vemos como un ámbito y establecemos con ella relaciones reversibles(3).
Suscitar el respeto, la admiración y el asombro ante las diversas manifestaciones de la vida personal -una acción noble, un acto de amor desinteresado, un sacrificio que supone la jerarquización de los valores, el poder del lenguaje...- es el punto de partida de toda enseñanza de la religión.
Pero no sólo debemos suscitar el asombro y la admiración ante la grandeza de las realidades personales, sino también de ciertas realidades que no son personas pero tampoco se reducen a meros objetos. Un piano puede ser visto como mero mueble y, por tanto, como objeto. Pero cabe también verlo como instrumento, como fuente de posibilidades de sonar. En este aspecto, es más que un objeto, es una realidad que se abre a quien tiene la capacidad de asumir las posibilidades de sonar que ofrece. Al ser abierta, no está cerrada en sí como los objetos y no puede ser delimitada rigurosamente. Se parece más bien a un campo de realidad que a un objeto. Por eso la denomino “ámbito de realidad” o, sencillamente, “ámbito”.
Las experiencias reversibles y la intimidad con las realidades del entorno
Si asumo activamente las posibilidades que me ofrecen estas realidades “ambitales”, puedo unirme con ellas de modo muy estrecho y fecundo. Figurémonos que leo un poema desconocido y lo aprendo de memoria. Hasta ese momento, el poema era distinto de mí, y externo, extraño, ajeno. Al aprenderlo de memoria y declamarlo creativamente –es decir, con intención de darle toda su expresividad-, lo convierto en una especie de ”voz interior”. Parece que surge dentro de mí, como si lo estuviera gestando por primera vez. Sigue siendo distinto de mí, pues yo no lo he creado, pero me es íntimo, porque en este momento constituye el impulso de mi actividad como declamador. Cuando me percato de que una realidad distinta de mí, externa, extraña y ajena, puede tornarse íntima sin dejar de ser distinta de mí, doy un paso de gigante hacia la madurez(4).
Yo configuro el poema en cuanto me dejo configurar por él. Estamos ante una experiencia reversible, es decir, bidireccional. Yo soy necesario para dar vida al poema, pero no soy dueño de él ya que es él quien me ofrece su riqueza expresiva, sin la cual no me sería posible realizar un acto de declamación. Aquí nadie domina a nadie. Ambos, poema y declamador, nos ayudamos y complementamos. Se trata de una experiencia relacional, ni puramente subjetiva ni meramente objetiva. Es decisivo en clase de religión conseguir que los alumnos se acostumbren a superar el objetivismo y el subjetivismo relativista mediante un equilibrado pensamiento relacional.
Si un niño o un joven estima que lo que él piensa es su verdad y no necesita buscar la verdad, bloquea su desarrollo ético y, más aún, el religioso. Es, por ello, indispensable preparar su ánimo – su mente, su voluntad, su sentimiento... - para “vivir en la verdad, de la verdad y para la verdad”. Pero, de ordinario, ni los niños ni los jóvenes están preparados para comprender el valor que tiene la verdad para configurar su vida diaria. Sugerirles la forma práctica de descubrirlo es una de las tareas básicas del profesor de religión.(5)
El descubrimiento del encuentro y sus exigencias
Al vivir experiencias relacionales, comprendemos por dentro lo que es el encuentro. Éste no se reduce a mera cercanía, ni a mero choque. Es una vinculación de dos realidades que se ofrecen diversas posibilidades para enriquecerse y crear un campo de juego común. Tienes un problema y solicitas mi ayuda. Me ofreces tus posibilidades de clarificar dicha cuestión; yo las recibo activamente, en cuanto las medito y te ofrezco las mías: inteligencia, capacidad de discernimiento, imaginación creadora capaz de diseñar una solución. Este intercambio generoso de posibilidades crea un campo de juego común, en el cual se funda una relación de intimidad. Adentrarse en el campo de juego que ambos creamos significa encontrarse. El encuentro auténtico es un fenómeno creativo. Heidegger se pregunta, al comienzo de la conferencia “La cosa”, cómo es posible que actualmente hemos eliminado en buena medida las distancias pero apenas hemos logrado verdadera cercanía. La razón estriba en que la cercanía personal debe ser creada mediante el cumplimiento de las exigencias del encuentro. En ese ámbito de cercanía se supera la escisión entre el dentro y el fuera, el aquí y el allí, lo mío y lo tuyo; yo no estoy aquí y tú estás ahí, fuera de mí. Los dos estamos en un campo de interacción, de modo que tus problemas son mis problemas y tus gozos son mis gozos.
No podemos llevar a cabo este intercambio de posibilidades que es el encuentro si no somos generosos, veraces, cordiales, fieles, pacientes, afanosos de compartir actividades que elevan nuestro ánimo.
- La generosidad nos lleva a abrirnos a otras realidades con voluntad de enriquecernos mutuamente.
- La veracidad nos presenta ante el otro como fiables y le lleva a confiar en que le seremos fieles. Ello le mueve a hacernos confidencias y darse a conocer(6).
- La cordialidad lubrifica las relaciones humanas, mientras la hosquedad las entorpece al máximo.
- La fidelidad no se reduce a mero aguante, actitud propia de muros y columnas (nivel 1). Implica la disposición a crear en cada momento de la vida lo que se ha prometido en un momento: por ejemplo, constituir un hogar (nivel 2).
- La paciencia tampoco se limita a aguantar; significa ajustarse a los ritmos naturales. La intimidad corpórea tiene un ritmo acelerable a voluntad. La intimidad espiritual o personal sigue un ritmo lento de maduración. Si, para obtener una rápida gratificación sensible y psicológica, pongo en juego la intimidad corpórea sin haber logrado todavía una verdadera intimidad personal –que implica la disposición a crear una forma de unión estable y comprometida-, desajusto los ritmos naturales de mi realidad personal. Soy impaciente, y no logro armonizar dos formas de intimidad que se pertenecen mutuamente. Mi corporeidad me hará sentir en forma de inquietud interior que he abusado de ella; la he reducido a medio para mis fines, olvidando que está llamada por naturaleza a ser expresión fiel de la vida personal.
- Compartir actividades elevadas crea entre las personas modos de unión entrañables, fuentes de gozo - que es un sentimiento profundo -, aunque no siempre de goces – que son sensaciones gratificantes huidizas(7).
El descubrimiento de los valores y las virtudes
Estas exigencias del encuentro - generosidad, veracidad, fidelidad... - encierran para nosotros un alto valor por cuanto nos permiten realizar diversos modos de encuentro y desarrollar, así, nuestra personalidad. Acabamos de descubrir en su génesis lo que son los valores.
Cuando asumimos los valores como formas de conducta, los convertimos en virtudes. En latín, “virtus” significa fuerza, capacidad. Las virtudes son capacidades para encontrarse. Todavía hoy denominados “virtuoso” de un instrumento musical a quien tiene una extremada pericia para convertirlo en medio de expresión artística.
El descubrimiento del ideal de la vida humana
Al vivir el encuentro, experimentamos por nosotros mismos los espléndidos frutos que reporta:
- energía espiritual y motivación profunda que supera los avatares de la vida;
- una profunda alegría, sentimiento suscitado por la conciencia de estar en camino de plenitud;
- entusiasmo, gozo desbordante producido por la conciencia de habernos encontrado con una realidad valiosa;
- felicidad, sentimiento de plenitud que se manifiesta en sentimientos de paz y amparo interiores, de gozo festivo o júbilo. Siempre que hay encuentro, hay fiesta, y su alegría, entusiasmo y júbilo nadie ni nada puede arrebatárnoslo cuando vivimos el encuentro.
Cuando nos vemos enriquecidos de esta forma por el encuentro, descubrimos que éste constituye el valor más elevado de nuestra vida, es decir, nuestro ideal. El ideal no es una mera idea; es una idea motriz que impulsa nuestra vida y –si es auténtico- le da pleno sentido. Un ideal falso también dinamiza nuestra existencia, puede darnos una fuerza indomable, pero nos vacía de sentido.
La existencia humana, vista a la luz del ideal
Descubrir el ideal significa alcanzar una alta cota desde la cual podemos ver en conjunto nuestra vida y comprender a fondo cada uno de sus aspectos. Veamos algunos de éstos:
- La libertad creativa. La verdadera libertad no se reduce a liberarse de trabas externas. Consiste en distanciarse de las propias apetencias y elegir en cada momento las posibilidades que nos permiten realizar el ideal de nuestra vida. Esta forma de libertad presenta diversos grados según sea nuestra capacidad de liberarnos del apego a nuestros intereses. En la situación límite de un campo de concentración, varios reclusos son condenados a muerte. Al entrar en el calabozo donde van a morir de extenuación, uno de ellos se despide entre sollozos de su mujer y sus hijos. Al oírlo, un prisionero se ofrece a morir por él. ¿Es concebible una libertad interior tan grande que sea capaz de distanciarse incluso del instinto de conservación de la vida? Sólo puede ser libre en tal grado quien esté tan identificado con el ideal de la unidad que todos los valores - incluso el de la propia vida - queden supeditados a su logro(8).
- La plenitud de sentido. Nuestra vida está bien orientada y tiene, por tanto, pleno sentido cuando la ponemos al servicio del verdadero ideal, que es el valor que ensambla a todos los demás como una clave de bóveda. Una vida que corre en pos de un ideal falso puede tener fuerza e ímpetu pero carece de sentido, pues se halla desnortada. Se vacía paulatinamente al no crear relaciones valiosas. Ese vacío existencial es causa de múltiples desarreglos psíquicos, como bien ha mostrado el psiquiatra vienés Víctor Frankl(9).
- El lenguaje y el silencio, vehículos del encuentro. Lenguaje auténtico es aquel que no sólo sirve de medio para comunicarse sino de medio en el cual se establecen formas de encuentro. El hecho de que los seres humanos seamos “locuentes” significa que venimos del encuentro amoroso de nuestros padres, que nos “llamaron” a la existencia, y estamos “invitados” a crear nuevas formas de encuentro. El hecho mismo de poder ser apelados y de responder nos insta desde nuestra primera infancia a movernos en el nivel 2, el de las relaciones personales, inspiradas en una actitud de generosidad, respeto y colaboración.
El silencio auténtico no se reduce a mera falta de sonidos; implica una actitud de atención a las realidades complejas, que son "nudos de relaciones". Las muchas palabras pueden distraer la atención. La actitud de silencio nos permite atender a diversos aspectos de la realidad al mismo tiempo y captar, así, la riqueza de las realidades y los acontecimientos que no están delimitados como los objetos sino que abarcan mucho campo por estar abiertos a otros acontecimientos y realidades.
Las palabras auténticas dan cuerpo y concreción a los ámbitos. Por eso a menudo poseen una insospechada fuerza expresiva, que nos lleva a exclamar: “¡No me lo digas; que lo que hace daño es el lenguaje!”. Una palabra constructiva puede crear toda una vida. Una palabra destructiva puede deshacer toda una existencia. Cada palabra lleva en sí la vida de quien la pronuncia con autenticidad. Las palabras son, por ello, “moradas” en las que podemos y debemos inmergirnos para vivir del misterio que albergan.
El silencio auténtico es el campo de resonancia de la palabra auténtica. Por eso constituye el espacio natural de la contemplación poética, artística y religiosa. La palabra auténtica viene del silencio e invita al silencio. Antes de oír una obra musical valiosa, debemos recogernos. Y tras la audición, nuestra sensibilidad nos pide dejar que la obra resuene durante un tiempo en nuestro interior. Algo semejante sucede, en otro nivel, con la lectura y la proclamación de la palabra revelada(10).
- Todos podemos y debemos ser creativos. La creatividad no es una capacidad reservada a los genios, como suele pensarse desde el romanticismo. Ser creativo significa asumir activamente las posibilidades que nos ofrece el entorno para dar lugar a algo nuevo dotado de valor. Toda forma de encuentro implica creatividad. Miguel Angel fue creativo al plasmar en la Capilla Sixtina el mundo religioso cuyas posibilidades expresivas había asumido. Una madre que amamanta a su hijo con ternura es eminentemente creativa porque teje con él la "urdimbre afectiva" (J. Rof Carballo) que le va a permitir desarrollarse plenamente como persona. Colaborar a fundar modos de encuentro en el hogar, en el puesto de trabajo, en el centro académico... es una actividad rigurosamente creativa, no inferior - aunque menos espectacular - que las llamadas creaciones artísticas.
Al hacerse cargo de esta posibilidad creativa, millones de personas pueden superar graves situaciones de infraestima.
- Importancia del pensamiento relacional. Todo ámbito tiende de por sí a relacionarse con otros. Si hemos de hacer justicia a la riqueza que implica, debemos pensar de modo relacional. El pan y el vino parecen a primera vista meros objetos por ser medibles, pesables, asibles, localizables en un lugar determinado. Pero son elaborados a base de frutos de la tierra: la uva y - por ejemplo - el trigo. Una espiga de trigo no la produce el agricultor. Éste recibe de sus padres unos conocimientos agrícolas y unas semillas. Deposita éstas en la madre tierra y espera a que el océano evapore agua, se formen nubes, se rieguen los campos y, al fin, el sol dore la mies... Esta múltiple interrelación de elementos da lugar, un día, a que florezcan las espigas y obtengamos una cosecha de trigo. Esta cosecha es un don, no sólo el producto del trabajo. Por eso tiene un alto valor simbólico: remite a esa vinculación y se presta, por ello, a expresar de forma perfecta la unión entre una persona y el amigo que le invita a compartir con él el pan de la amistad.
El pensamiento relacional nos lleva, asimismo, a ver una sencilla ermita como un punto de confluencia de todo cuanto existe: la “tierra”, que facilitó los materiales de construcción y la base para edificar; el “cielo”, que albeFunción decisiva de la afectividad y el “ordo amoris”. Al pensar de modo riguroso - concediendo a cada realidad todo su alcance - y vivir de forma creativa - comprometiéndose con las realidades que nos invitan a asumir activamente las posibilidades que nos ofrecen -, no sólo conocemos diversos seres y acontecimientos, sino que vibramos con el valor que encierran. Esa vibración es el sentimiento. Los sentimientos no se reducen a meras sensaciones, reacciones espontáneas de nuestra sensibilidad ante ciertos estímulos. Son los modos como nuestra persona entera vibra al percibir un valor. Los sonidos de un coral de Bach pueden “gustarme”, ser agradables a mi sensibilidad. El coral, en su conjunto, hace vibrar toda mi persona, con su capacidad de captar su belleza, su expresividad, su unción religiosa, el horizonte de vida en plenitud que me abre. Esa vibración no se queda en sí misma, como sucede con las meras sensaciones, por intensas que sean; remite a la realidad que la suscita.rga la edificación y la ilumina con su luz; los “creyentes”, que decidieron crear un punto de encuentro entre ellos y el Dios al que adoran y pusieron sus capacidades al servicio de esta empresa; la “divinidad” a la que se consagra la ermita. Al terminar las obras, estamos ante un “edificio”, no ante una “ermita”. Ésta surge, como templo, en el momento en que la comunidad de los fieles se reúne en ella y entra en relación orante con Dios. Por diminuta que sea, la ermita constituye un lugar de confluencia de todas las realidades existentes y adquiere, así, una dimensión infinita(11).
Los sentimientos son una fuente de conocimiento y deben ser debidamente cultivados. Por eso, el buen líder promueve una auténtica “cultura del corazón”, es decir, presta la debida atención al centro espiritual en el que se decide nuestra adhesión al ideal de nuestra vida. Si deseamos firmemente este ideal, tendremos fuerza interna suficiente para dar a nuestra vida una orientación recta en toda circunstancia. De ahí se deriva una gran coherencia de vida, así como tenacidad, capacidad de sufrimiento, elevación de la mirada...
Conclusión
1. La superación de actitudes negativas
Al realizar los doce descubrimientos que deciden el desarrollo de nuestra vida personal, superamos diversas tendencias destructivas de la sociedad actual:
- Neutralizamos la manipulación al aprender a pensar con rigor y vivir creativamente. El manipulador enturbia nuestra mente para que no veamos cómo es posible ser creativos en la vida cotidiana y crecer como personas. El antídoto contra la manipulación consiste en estar alerta frente a este fenómeno degenerativo, pensar de forma aquilatada y ejercitar la vida creativa en todos los órdenes.
- El reduccionismo lo superamos al abrirnos, con asombro, a la riqueza de nuestra realidad y de las realidades de nuestro entorno con las que debemos encontrarnos a fin de lograr un pleno desarrollo
- La superficialidad en el tratamiento de las grandes cuestiones de la existencia queda desbordada al observar que nuestra vida personal es tanto más rica cuanto más valiosas son las realidades con las que nos encontramos.
- Al intrusismo renunciamos gozosamente cuando descubrimos la necesidad de hacer justicia a las distintas realidades si queremos encontrarnos rigurosamente con ellas.
2. La comprensión genética, endógena, de diversos temas decisivos en la enseñanza religiosa
Para que los niños y los jóvenes adquieran un conocimiento profundo de la vida religiosa, han de descubrir por sí mismos el sentido radical de los temas siguientes:
- El lenguaje, su capacidad de crear vínculos, de comunicar no sólo contenidos sino sentimientos y anhelos. En una palabra dicha con el corazón se halla presente y actuante la vida de quien la pronuncia. La tarea primaria de la catequesis es suscitar la admiración de niños y jóvenes ante el poder expresivo de las palabras de la Sagrada Escritura, la Liturgia, los sacramentos y la oración privada.
- La expresividad peculiar de los gestos corpóreos, que adquieren en la acción litúrgica y sacramental una especial trascendencia.
- La importancia que encierra para nuestro equilibrio personal la convicción de que nuestra vida tiene sentido. El catequista debe cuidarse de promover en niños y jóvenes la capacidad de trascender lo inmediato y preocuparse de las realidades y acontecimientos que no son sensibles pero deciden la orientación de nuestra existencia.
- La fecundidad que tiene el amor personal oblativo, generoso, creativo. Sólo si niños y jóvenes viven por dentro la génesis del encuentro y descubren por sí mismos que su vida de personas depende de la cantidad y calidad de los encuentros que realizan, podrán comprender a fondo la doctrina cristiana del amor y su poder creativo de vida personal auténtica(12).
- La necesidad de descubrir que nuestra libertad interior y la vinculación incondicional al Creador se exigen mutuamente y se complementan. Cuando nos ob-ligamos radicalmente al Dios todopoderoso que nos hizo libres, somos en verdad libres con libertad creativa, de modo semejante a como el intérprete se siente libre interiormente al ser del todo fiel a la partitura. Somos libres para actuar creativamente si asumimos de forma lúcida y voluntaria las normas, reglas y preceptos que regulan nuestra actividad y la encauzan hacia el ideal verdadero de nuestra vida.
- Las cuatro grandes modalidades de experiencia humana – la estética, la ética, la metafísica y la religiosa - coinciden en un rasgo básico: vamos buscando una realidad valiosa en virtud de la energía que procede de ella misma. Buscamos a Dios porque de alguna manera ya estamos en Él y Él viene a nuestro encuentro y nos invita a una relación de amistad, a un compromiso de alianza. Si asumimos activamente esa posibilidad que Dios nos ofrece, tiene lugar el encuentro. Sin nuestra actitud de apertura y acogimiento, Dios no se nos revela. En buena medida, la revelación de Dios depende de nosotros, pero nosotros no somos dueños de esa revelación. En general, podemos decir que todo lo valioso se nos manifiesta cuando lo acogemos con amor, pero su valor no depende de nuestro arbitrio. En definitiva, su existencia es para nosotros un don, no un producto de nuestra imaginación creadora.
- Si sobrevolamos lo antedicho, advertimos que el método genético que hemos seguido permite dar a la catequesis el carácter experiencial que se viene postulando últimamente. Los niños y los jóvenes no deben
- ”aprender” religión; han de hacer la experiencia viva de lo que significa religarse, obligarse gozosamente a quien nos creó libres e inteligentes para que reconozcamos su soberanía y nos convirtamos, así, en los reyes de la creación.
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Notas
1 Cf. Briefe vom Comer See (Cartas del lago de Como), Maguncia, M. Grünewald, 1927, p. 89.
2 Cf. H. Herrigel: Das neue Denken, Berlín 1928; Th. Steinbüchel: Der Umbruch des Denkens, Regensburg, Pustet, 1936; F. Rosenzweig: Das neue Denken, en Kleinere Schriften, Berlín, Schocken, 1937; Gebser y otros: Die Welt in neuer Sicht, Munich, Barth, 1957.
3 Sobre los ámbitos y las experiencias reversibles puede verse una amplia exposición en mis obras Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, Madrid, BAC, 1999, pp. 34-53, l0l-125; La tolerancia y la manipulación, Madrid, Rialp, 2001, pp.40-43.
4 Una descripción amplia de las experiencias del poema y de la interpretación musical se halla en mi obra Inteligencia creativa, pp. 105-120.
5 Una forma concreta y precisa de realizar esta tarea la expongo ampliamente en mi obra El espíritu de Europa. Claves para una reevangelización, Madrid, Unión Editorial, 2000, pp.135-196.
6 Obsérvese que las palabras subrayadas proceden de una raíz latina común: fid.
7 El tema del encuentro, sus exigencias y sus frutos lo trato ampliamente en diversas obras: Estética de la creatividad. Juego. Arte. Literatura, Madrid, Rialp, 1998, pp. 186 ss, 215-218; Inteligencia creativa, pp. 142-168.
8 Sobre los distintos modos de libertad, cf. El amor humano, pp. 107-125.
9 Cf. El hombre en busca de sentido, Barcelona, Herder, 1995.
10 Sobre el admirable poder del lenguaje pueden verse amplias precisiones en mis obras El poder del diálogo y del encuentro, Madrid, BAC, 1997; Inteligencia creativa, Madrid, BAC, 1999.
11 La importancia del pensamiento relacional es destacada a lo largo de la obra Inteligencia creativa. Véanse, de modo especial, las pp. 289-299.
12 Pueden verse sobre esta cuestión mis obras: El amor humano. Su sentido y su alcance, Madrid, Edibesa, 1994; La formación para el amor. Tres diálogos entre jóvenes, Madrid, San Pablo, 1995. |